Lo que perdura

 

A lo largo de los años, he explorado la huella que deseo dejar en este mundo. No porque me considere imprescindible, sino porque anhelo que mis palabras resuenen en otros, que mis sentimientos se conviertan en un puente de conexión. Desde que tengo memoria, he sido un espíritu indomable, oscilando entre la luz y la sombra, buscando con intensidad la esencia de la existencia en cada paso que doy. La intensidad es mi fiel compañera, y los extremos, mis aliados. En un abrir y cerrar de ojos, puedo atravesar del umbral de la luz a la penumbra, donde, desde mi perspectiva, la belleza y la destrucción se entrelazan constantemente. 

 

Fue un día cuando el destino me llevó a una isla magnética, un lugar donde el poder de la naturaleza me envolvió como nunca antes. En sus paisajes pude percibir cómo algo tan devastador podía transformarse en una manifestación de belleza pura. Ahí, entre volcanes dormidos y mares, encontré una reflexión profunda: la insignificancia del ser humano frente a la grandeza inabarcable de la naturaleza. 

 

Una tarde, llegué a la playa del Janubio. La arena negra y el mar grisáceo parecían susurrarme secretos, convirtiéndose en la viva representación de lo que llamo mi «agujero negro»: ese rincón oculto en mi memoria donde fragilidad, tristeza y vulnerabilidad coexisten. Sin embargo, lejos de debilitarme, este abismo se ha convertido en el motor de mis creaciones. Siempre regreso a él, tanto en pensamiento como en emociones, buscando la chispa de inspiración que solo la oscuridad puede ofrecer. 

 

Aquella tarde decidí realizar un acto simbólico, un ritual para conectar con el alma de la isla. Me cubrí con la arena volcánica, dejando que su energía ancestral se impregnara en mi piel, mientras las olas del mar me purificaban . Con polvo volcánico mezclado con aceite, pinté mi cuerpo, fusionándome con las piedras que han resistido incontables siglos, testigos silenciosos del paso del tiempo. 

 

Las piedras, son testigos silenciosos de lo efímero y lo eterno, y me invitan a reflexionar sobre la vida y la muerte. Este diálogo entre lo que desaparece y lo que perdura se convierte en el hilo conductor de mi viaje, que me lleva a conectar con lo esencial, a entender que somos parte de algo mucho más grande que nosotros mismos. 

 

Lanzarote, se transformó en un espejo de mi interior , un espacio donde la creación y la introspección se entrelazan, revelando belleza. 

 

 

 

What lasts

 

Over the years, I have explored the mark I wish to leave in this world. Not because I consider myself indispensable, but because I long for my words to resonate with others, for my feelings to become a bridge of connection. For as long as I can remember, I have been an untamed spirit, oscillating between light and shadow, intensely seeking the essence of existence with every step I take. Intensity is my faithful companion, and extremes, my allies. In the blink of an eye, I can cross from the threshold of light to darkness, where, from my perspective, beauty and destruction constantly intertwine. 

 

One day, destiny led me to a magnetic island, a place where the power of nature enveloped me like never before. In its landscapes, I could perceive how something so devastating could transform into a manifestation of pure beauty. There, among dormant volcanoes and seas, I found a profound reflection: the insignificance of human beings in the face of nature’s vast and immeasurable greatness. 

 

One afternoon, I arrived at Janubio Beach. The black sand and grayish sea seemed to whisper secrets to me, becoming the living representation of what I call my «black hole»: that hidden corner in my memory where fragility, sadness, and vulnerability coexist. However, far from weakening me, this abyss has become the engine of my creations. I always return to it, both in thought and emotion, searching for the spark of inspiration that only darkness can offer. 

 

That afternoon, I decided to perform a symbolic act, a ritual to connect with the soul of the island. I covered myself with volcanic sand, letting its ancestral energy permeate my skin, while the ocean waves purified me. With volcanic dust mixed with oil, I painted my body, merging with the stones that have withstood countless centuries, silent witnesses to the passage of time.